El tronco se prende, arde, se consume lentamente, hasta seguir emanando calor, ya no como madera, sino como ceniza.
La ceniza, cansina, blancuzca y polvorienta, es acunada suavemente con la dulce brisa proveniente del fin del mundo. Brisas frías, si las hay, pero llena de vida.
La ceniza se dispersa, se pierde en la inmensidad del universo, choca con cada uno de nosotros y luego sigue su curso con normalidad. Ella no se percata de lo que hay a su alrededor. La ceniza lo es todo y no es nada.
Es el final de algo, y el comienzo de otra cosa.
Seamos como el tronco, la ceniza y la brisa.
La infinidad de un mundo de sensaciones.
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